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OPINIÓN/ “Mi experiencia con la marihuana” (Primera parte)

Federico Cárdenas Jiménez / federic.cj@gmail.com /

Tomé un par de tintos con uno de mis estudiantes que se acercó al terminar la clase queriendo compartirme su experiencia personal con la marihuana. Por supuesto, la solicitud de este muchacho despertó mi interés no sólo por mi afinidad investigativa con la temática, sino porque me pareció que quería desahogar algo que lo preocupaba. Palabras más palabras menos, ésta es una primera entrega de lo que me contó:

“Siempre creí tener un problema con la risa –me dijo- todo el mundo se reía fácilmente de la vida y en cambio yo no podía, era muy rígido y eso me estaba frustrando. Veía pues que mi amigos, los que fumaban marihuana, se reían a carcajadas y se extrovertían muy fácil y comencé a inquietarme por el asunto hasta que un día tomé la decisión de fumar, en busca precisamente de esta extroversión de la que hablo.

Esa primera vez me cayó muy mal, sentí mareos y náuseas, perdí el control de mi cuerpo y me impactó la experiencia sensorial que tuve con el entorno y conmigo mismo. Me acompañó un amigo que me instruyó acerca de cómo hacerlo. Era de noche y mientras caminábamos por la Avenida de Chipre, él lo armaba rápidamente y me dijo que cuando fumara aspirara todo el humo, lo retuviera un momento y luego lo soltara, y así en repetidas veces; me advirtió que iba a sentir una seca muy fuerte como efecto de la droga.

Tras aspirar varias veces según la recomendación, sentí que mis párpados se abrieron más de lo normal, poco a poco fui notando que mi ritmo corporal se hacía lento y que los latidos de mi corazón eran cada vez menos y más pausados hasta identificar uno que otro en largos intervalos. Fui entrando en una especie de gravedad cero, en la que no tenía control ni de mi cuerpo ni de las circunstancias.

Quise tragar saliva pero literalmente no tenía y en el esfuerzo para lograrlo sentí que las paredes de mi garganta se juntaban, como adhiriéndose, debido a “la seca” de la que me había informado mi amigo; fue impresionante la sed, el ensimismamiento, la sensación de orbitar por las calles y el darme cuenta que la gente me miraba y en sus ojos yo reconocía el juicio y la prevención. Recuerdo que nos acercamos a una tienda y con urgencia le solicité al tendero me regalara un vaso con agua, y luego otro y otro… y otro. Sentí que este hombre me miraba con pesar y con prejuicio y que yo mismo ya aceptaba mi condición de mariguanero.

El susto se apoderó de mí en adelante. Mi amigo me decía que tranquilo que dentro de un rato iba a pasar el efecto y ya, pero yo sentía muchos nervios. Al cabo de un cuarto de hora más o menos, decidí irme a mi casa y contarles a mis padres quienes, por supuesto, se asustaron pero por fortuna, en vez de cantaletearme y castigarme, me acompañaron el resto del tiempo inquietándose por cada efecto que iba sintiendo y haciéndome saber que pronto iba a pasar. Yo recostado en mi cama y mis padres en torno a mí… sin darme cuenta, quedé dormido profundamente hasta el otro día…”.

La historia no termina aquí. Este joven no encontró lo que buscaba en su primera experiencia con la marihuana y a pesar de reconocer que no fue agradable en absoluto, la fumó por tres ocasiones más. ¿A qué resultado condujo esta vivencia?

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